La Cuenta del Reino: El Desafío Final del Gran Capitán a Fernando Católico
Pocas anécdotas
condensan tanta audacia, genio militar e ingratitud real como la legendaria
historia de las Cuentas del Gran Capitán. Gonzalo Fernández de
Córdoba, el hombre que conquistó Nápoles y forjó la supremacía española en
Italia, no solo fue un estratega invencible, sino también un símbolo de orgullo
y dignidad ante el poder.
Tras las victorias
de Ceriñola y Garellano, que abrieron a España las puertas del dominio
italiano, el Gran Capitán gobernó Nápoles con autoridad casi virreinal. Era
admirado por sus soldados y venerado por el pueblo, algo que despertó los celos
del Rey Fernando el Católico. Tras la muerte de Isabel, el monarca —cauteloso y
calculador— temió que su general fuera demasiado grande para obedecer. Exigió
entonces una rendición de cuentas por los gastos de la campaña, una manera
sutil de humillarlo y restarle prestigio.
La respuesta del
Gran Capitán pasó a la leyenda. Convocado ante el rey, en lugar de los libros de
contabilidad, presentó un pliego donde cada partida era una bofetada de ironía
y honor. “Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados —dijo— en frailes,
monjas y pobres, para que rueguen por la prosperidad de las armas españolas.”
“Cien mil ducados en guantes perfumados para la tropa, por el hedor de los
enemigos muertos.” “Ciento setenta mil en reparar campanas rotas de tanto
repicar a victoria.”
Pero el golpe
final llegó con la última partida: “Y cien millones de ducados por mi paciencia
en escuchar que el Rey pedía cuentas al que le ha regalado un Reino.”
El silencio que
siguió fue histórico. Fernando comprendió que aquel hombre, al que debía medio
mundo, no rendía cuentas sino legado. Así, las Cuentas del Gran Capitán
se convirtieron en símbolo eterno de una deuda imposible de pagar: la que la
monarquía debía a su más leal servidor. Una lección de orgullo, dignidad y
memoria que aún hoy late en la historia de España.

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