El día que el Lobo casi cayó: el atentado del 20 de julio de 1944
En lo más profundo de los bosques de Prusia
Oriental, oculto tras alambradas, minas y soldados, se alzaba la Wolfsschanze —la Guarida del Lobo—, el oscuro
cuartel general de Adolf Hitler. Allí, en medio del hormigón blindado y los
ecos de una guerra mundial, se gestó uno de los momentos más audaces y arriesgados
de la historia: el intento de asesinato más famoso contra el Führer.
Era el 20 de julio de
1944. A las 12:42 del mediodía, el coronel Claus von Stauffenberg, un
aristócrata alemán convertido en conspirador, entraba en una reunión de altos
mandos con una maleta de cuero aparentemente inocente. En su interior: una
bomba. La dejó a apenas dos metros de Hitler, bajo la pesada mesa de roble
donde se discutía el destino del Reich. Luego se excusó con una llamada urgente
y salió del edificio.
A las 12:45, el
artefacto explotó. El estruendo sacudió la sala, volando puertas, rompiendo
ventanas y dejando cuatro cadáveres. Pero Hitler sobrevivió. ¿Por qué? Porque
ese día, por casualidad, la reunión no se celebró dentro del búnker reforzado,
sino en una barraca de madera mal ventilada. La onda expansiva, en vez de
quedar atrapada, escapó por las ventanas. Además, la maleta fue movida detrás
de una gruesa pata de la mesa... salvando, sin saberlo, la vida del dictador.
Stauffenberg creía
haber tenido éxito. Voló a Berlín, puso en marcha la Operación Valkiria —el
plan para tomar el control del gobierno—, pero al saberse que Hitler vivía,
todo se derrumbó. Esa misma noche fue arrestado y fusilado sin juicio.
La Guarida del Lobo volvió a sellar sus puertas, pero ese
día, por un instante fugaz, la historia estuvo a punto de cambiar. El rugido
del Lobo casi fue silenciado, y la sombra de una Alemania distinta estuvo al
alcance de la mano.
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